A mí Sabino que los arrollo

Me asusta leer el odio que destilan los comentarios en redes sociales. Parece ser qué todo el que crítica al gobierno es tildado de fascista y el que lo apoya poco menos que seguidor de Stalin. Me asusta leer a representantes públicos defender sus ideas con argumentos tan mezquinos y simples. En su cabeza ni siquiera entra que un votante propio pueda ser crítico.


Algunos de los que ahora se quejan de la virulencia de las críticas al gobierno y piden unidad, hace pocos años jaleaban protestas a las puertas del domicilio familiar de los políticos. Y como toda acción genera una reacción el bando contrario adoptó los mismos métodos para ganar cada vez más adeptos.

A los partidos políticos, digan lo que digan, no les interesan ciudadanos críticos con la acción de gobierno y centrados políticamente. Les interesan activistas que asienten sus bases y difundan su mensaje. Es la única forma que ven de asegurarse que nunca voten al otro.

Así salen ganando los partidos más radicales. Y como los extremos se tocan, ahí tenemos a Vox y Podemos azuzando a sus bases y promoviendo el odio al que piensa distinto. Haciendo suya una dialéctica propia de los totalitarismos que caracterizaron la primera mitad del siglo XX.

Lo peor es que PP y PSOE, teóricos representantes de la democracia cristiana y socialdemocracia que ha llevado a Europa, con todos sus defectos, a las más altas cotas de prosperidad conocidas en su historia, se han contagiado de la misma retórica por temor a  perder su espacio.

Siempre pensé que tras la generación de mis padres se superaría la España de los bloques, la de los rojos y azules, pero ves a las nuevas generaciones, con poco más de veinte años, hablando de Franco, los rojos o la guerra civil más que aquellos que lo vivieron en primera persona.

Resulta que tras cuarenta años de democracia la política en España no es cuestión de ideas políticas y decisiones más o menos acertadas. No consiste en votar según las circunstancias y los candidatos. La argumentación mayoritaria es que los míos son los buenos y los otros los malos. Los que gobiernan lo hacen bien si son de los míos y los otros gobiernan mal porque son malvados, ni siquiera se da ya el beneficio de la duda o algo tan humano como la equivocación. Los otros son tontos y malos, no hace falta argumentar más.

Nos intentan convencer de que lo contrario del fascismo es el comunismo y viceversa, pero son dos extremos de una línea que de tanto retorcerse se acaban encontrado. Lo contrario del fascismo y del comunismo es la democracia, la tolerancia, la libertad, la crítica constructiva. No necesitamos agitadores profesionales en la redes sociales. El odio solo engendra odio y no podemos convertirnos en el instrumento de los que luchan por el poder que utilizan ese odio en su beneficio. Los partidos políticos no son un fin en sí mismo, los políticos deben canalizar las expectativas y los anhelos de la población siendo mejores que aquellos a los que gobiernan. 

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